Capítulos 01 al 03

01 – Primer día - Tomando carrera

Los funcionarios que llegaron temprano a la oficina se maravillaron con mi presencia (los que llegaron más tarde no fueron la excepción).
También impresioné a cadetes y a agentes de viajes en el correr de mi primer jornada.
Fue un día de giros y halagos, no necesariamente en ese orden.
Durante el correr de la tarde de ese primer día se generó un incidente, el primero de muchos, que se grabó firmemente en mis recuerdos ….
Mi corta experiencia con las personas no me permitía definir si la señora ya había pasado los 80, o si estaba a punto de llegar, pero con seguridad ya no era una niña.
La vi acercarse al local y mirar con atención por los ventanales hacia adentro, como asegurándose de que era el lugar correcto.
Se paró frente a mis hojas y las miró con más atención que a los ventanales. Me observó, y  me estudió por un par de minutos.
No comprendía porqué aún estaba allí parada, sin decidirse a entrar.
En el momento que la vi retroceder pensé que había desistido de entrar, sin haberlo siquiera intentado, pero me equivoqué.
Tan solo había retrocedido un par de metros para tomar carrera ..
Incrédulos ojos observaban la situación desde la recepción y desde el mostrador de atención al público.
Sé que a ellos también los tomó por sorpresa.
La octogenaria se lanzó en mi dirección con la mayor velocidad que le permitían sus piernas, con los brazos extendidos hacia adelante …
La anciana se aproximaba rápidamente cuando me percaté que quizás no pudiera sortear el pequeño escalón que separaba la vereda del ingreso a la oficina. Me la imaginé trabando sus pies en el escalón, cayendo estrepitosamente, toda desarticulada contra mis hojas. 
Casi decidí oscurecer mis hojas para no ver el lamentable espectáculo pero contrariamente a lo que esperaba, al llegar al escalón, la anciana con la agilidad de una gacela levantó sus pies en el momento exacto y siguió en dirección hacia mi con los brazos extendidos.
Esos frágiles brazos se apoyaron con tal ímpetu sobre los soportes de mis hojas que yo pensé que iba a girar rápidamente por varios minutos, sin darle oportunidad a que se “bajara”.
Nuevamente me equivoqué y la abuela, haciendo gala de una agilidad no esperada, antes de que yo pudiera completar un giro se “tiró en palomita” hacia adelante.
Los “oooh” que se habían escapado de boca de los presentes al verla volando como una flecha hacia la puerta fueron apagados por los “aaaah” que se escaparon cuando la vieron bambolearse de un lado a otro luego de librarse de mis hojas.
Poco faltó para que la anciana se desparramase por el piso (nadie hubiese llegado a tiempo para impedirlo). Afortunadamente la señora poco a poco fue recuperando el equilibrio y consiguió dirigir rumbo hacia el mostrador de atención al público.
Allí se apoyó sobre el mostrador e hizo sus consultas y averiguaciones.
Todos, incluyéndome, estábamos expectantes a una espectacular salida por parte de la abuela.
Cuando finalizó su trámite y llegó el momento de atravesar mis hojas se encontró con que varias personas se le habían anticipado y formaban un mini tumulto a mi alrededor. Esto evitó que pudiera volver a tomar carrera y la forzó a salir paso a paso, manteniendo una velocidad normal …
Ya con la anciana fuera, y “en una sola pieza”, las risas y comentarios se extendieron por varios minutos en la oficina.
Cuando finalizó el horario de atención al público se acercó a mi un funcionario y giró la llave en la cerradura de mi hoja principal, fijando así mi posición y forzándome a tomar un descanso hasta el próximo día.
Con la lógica excitación por mi primer día permanecí en vela hasta avanzada la noche rememorando los halagos y comentarios sobre mi persona, y también memorizando  los nombres de quienes compartirían de ahora en más el día a día conmigo.



02 – Primer mes – Medidas extremas para sudoraciones excesivas

En mi primer mes de labor fui objeto de mil elogios y comentarios.
En ese lapso pude conocer a todos los funcionarios de la aerolínea, a una cantidad considerable de cadetes, a muchos agentes de viajes y a una cantidad de pintorescos personajes de la zona.
Si bien al personaje central de este recuerdo lo había visualizado prácticamente desde mi instalación en la oficina, recién se acercó a mi sobre fines del primer mes.
En aquel entonces en la Plaza del Entrevero aún no se había instalado “La Pasiva” y a lo largo de la calle Río Negro había una gran porción de plaza destinada a estacionamiento.
Esa zona era de dominio exclusivo de esta señora, y durante todo el horario comercial se la podía ver paseándose de un lado a otro, gritando y haciendo señas a los conductores.
A la distancia no podía distinguir rasgos o detalles especiales del personaje, por lo que hasta ese momento solo la reconocía por su voluminosa silueta, su clásico estilo de andar “onda péndulo”, y por sus groseros ademanes y gritos.
Ese día, desde su reino, enfiló directamente hacia mi, y sin prestarle demasiada atención al tránsito de Río Negro se lanzó a cruzar la calle. Cuando llegamos  a estar frente a frente pude observar los detalles que la distancia me privaba.
Marta tenia la piel curtida por el sol, con el color característico de quien esta expuesto a los rayos UV durante las horas más duras del día.
Cuando se acerco a mi con la intención de ingresar al local sentí un rechazo instantáneo.
No quiero que me malinterpreten, ni que piensen que discrimino a las personas obesas, por el contrario el volumen de nuestro personaje no me preocupaba en lo más mínimo (yo fui  diseñada para permitir el acceso a todas las personas).
Para esclarecer, a continuación detallaré los aspectos que fueron los causantes de mi inicial rechazo sobre su persona.:
1) Su cabello era corto y desordenado, con mugre acumulada de varios días/semanas
2) En su tronco se destacaban 4 círculos gigantes que se superponían, extendiéndose desde la altura del pecho hasta la altura de la cintura; 2 ubicados de frente y 2 lateralmente.
Los círculos frontales correspondían a sus enormes senos, que víctimas de la gravedad colgaban y se balanceaban  con cada paso que daba.
Los que realmente me inquietaban eran los círculos laterales. Grandes y de un tono oscuro, no eran nada más ni nada menos que sendas manchas de sudor (comenzaban  a la altura de sus axilas e increíblemente terminaban sobre su cintura)
Debido al entramado de la tela de su buzo, aquellos círculos “devastados” por la humedad y el roce de sus brazos se asemejaban mucho a los enigmáticos “crop circles”,  pero en vez de estar presentes en la campiña Inglesa éstos se visualizaban en una añeja prenda de vestir.
3) De la cintura hacia abajo, completaba su atuendo una pollera con tanta tela como una carpa de circo (pero con más  enganches y zurcidos), y un par de “chancletas” que dejaban al descubierto unos pies indescriptibles.
Para mi infortunio, cuando se dispuso a pasar a través de mi, descubrí que “Rexona la había abandonado”. A los efluvios que emanaban de sus axilas se sumaban los que subían desde sus pies creando a su alrededor una atmósfera densa e irrespirable.
Si ella me causó una primera impresión negativa, luego de que la pude ver y oler mejor, la segunda impresión fue asqueante.
Una vez que ella entró a la oficina yo dí un par de giros adicionales, solo con el propósito de conseguir algo de aire fresco.
Ella se presentó en el local de la aerolínea para que le abonaran el monto correspondiente por el  estacionamiento en “su parking” del auto del gerente, y aprovechó la oportunidad para solicitar que le permitieran realizar una llamada telefónica.
Le facilitaron un teléfono cercano a la recepción. Lo utilizó y luego se retiró de la oficina.
A su salida tuve que recurrir nuevamente a varios giros adicionales para refrescarme y acceder a aire renovado.
Mientras yo aun giraba en busca de aire respirable, en el interior de la oficina la recepcionista se esforzaba en higienizar el tubo del teléfono con una franela embebida en alcohol y otro funcionario recorría el hall de un lado a otro, sosteniendo en su brazo extendido un desodorante de ambientes en aerosol.
Con el correr del tiempo estas medidas se convirtieron en una rutina obligatoria luego de cada visita de la gorda Marta.



03- Ambigüedades expuestas – aclarando la duda

Ese mismo verano recuerdo haber girado con un personaje peculiar.
Desde lejos me engañó con sus voluptuosas curvas y ajustados jeans, pero una vez que se acercó a mis hojas pude ver bajo su maquillaje la sombra de una barba recientemente afeitada.
El funcionario en el mostrador de pasajes también fue engañado a la distancia. Una vez que estuvieron frente a frente el locatario percibió el tamaño de las manos, el ancho de esos hombros, la indisimulable “nuez de Adán” y no tuvo dudas ..
Mientras buscaba y buscaba en su cartera el pasaje, en una mezcla de italiano y español el personaje le dijo a quien lo atendía que quería cambiar la fecha de su viaje.
El que usaba pantalones masculinos tomó el pasaje y al leer el nombre en el billete reconfirmó sus sospechas. Por cortesía trató de dirigirse al personaje sin hacer referencia a ningún género en especial.
Cortésmente le explicó que para concretar el cambio debía pagar una multa de USD 100.
Esa explicación desencadenó en el pasajero una larga y variada serie de gestos femeninos de desesperación.
Tanto revuelo de manos y movimiento de caderas llamó la atención del resto de los funcionarios de pasajes, los cuales con disimulo se fueron reuniendo a unos pocos metros para no perderse de nada.
Como el singular personaje estaba a punto de llorar, el supervisor se acercó e invitó al cliente a tomar asiento en uno de los escritorios (allí el supervisor fue informado de la situación).
Secándose las lágrimas el personaje insistió en que no tenía dinero para pagar la multa por el cambio de fecha.
Como era de nacionalidad italiana insistió en que llamaran al correspondiente consulado y solicitaran que ellos se hicieran cargo del pago.
El supervisor pacientemente le explicó que eso no era lo que correspondía pero luego de llantos e insistencias por parte del personaje no tuvo más remedio que acceder  a realizar el llamado telefónico.
Como era de esperar la respuesta del Consulado Italiano fue 100% negativa (no accedieron a hacerse cargo del importe correspondiente a la penalización).
Mr. Patricia Cilento (nombre real bajo el cual estaba expedido el pasaporte) visiblemente desconforme con el resultado de la gestión tomó su billete aéreo y pasaporte y se marchó contoneando sus caderas.
Al día siguiente retornó a la oficina con un renovado vestuario: esta vez lucía un vestido celeste ceñido en la cintura que resaltaba su enorme busto. El borde de la  falda terminaba unos centímetros por encima de la rodilla.
En esta oportunidad nuestro personaje no estaba solo/a. Un joven de aproximadamente 25 años era su acompañante, y fue quién se encargó de toda la gestión (tanto de pedir la nueva fecha de viaje, como de concretar el pago de la multa).
Ese día Patricia Cilento decidió regalar a todos los presentes un recuerdo imborrable.
Mientras su acompañante realizaba el trámite, Patricia giró por mis hojas y salió a la calle. El sol de la media tarde iluminaba fuertemente la vereda y nuestro personaje eligió pararse a mi lado, frente a la gran “pared” de vidrio. Se colocó de frente a la plaza recibiendo la luz solar en el rostro y ofreciendo su espalda a la oficina.
A contraluz desde el local se distinguía con claridad la silueta de su cuerpo bajo la corta falda del vestido.
Varios funcionarios se habían reunido nuevamente cerca del mostrador simulando trabajar, pero principalmente murmuraban entre sí y se hacían gestos …
Nuestro personaje principal giró la cabeza y se dio cuenta que era el centro de atención de todos los que estaban tras el mostrador. Entonces en forma intencional posó sus manos sobre las caderas y abrió/separó sus piernas unos 50 o 60 cms .
El contraluz ahora dibujó su silueta bajo el vestido, revelando a todos los presentes en el local que no usaba ropa interior.
Espontáneamente brotó, en boca de los presentes, una catarata de “ooooh’s - aaaah’s”, y desde ese momento en la oficina nadie tuvo dudas sobre el género de Mr. Patricia Cilento.